documentos de pensamiento radical

documentos de pensamiento radical

jueves, 7 de mayo de 2015

4 poemas de ISRAEL MIRANDA





EN BUSCA DE UN BUEN TRAGO

I



¿quieres escribir?

sal a la calle y que te pase algo

bebe

arma un gran alboroto

enamórate en cada estación

provoca más peleas de las que puedas librar

increpa a la autoridad

activa las alarmas contra incendios

y corre

corre

corre



entonces

respira profundo

y vuelve a beber

olvida pagar los tragos

olvida si estás solo o no

si tienes el cuerpo deshecho

o el alma en vilo

no importa

anda a devorarte la ciudad

la vida



una vez al borde

salta



regresa entonces a la pluma

y al papel y arrójalos lejos

las letras ya llegarán

o tal vez no

no importa

escribir es un mero accidente

vivir no



y de lo que se trata

es de vivir

descarada y displicentemente

hasta agotar las botellas

las historias

las mujeres

transitar por calles

callejones

cantinas

corazones

en busca de un buen trago

de un buen verso







II



no se trata de escribir ebrio

no escribes ebrio

con unas cuantas copas sí

puede que hasta con un toque

o dos

pero borracho perdido no

simplemente no se puede

follar sí

es mecánico

alcoholizado podrías follarte

hasta un neumático

pero no escribir



escribir no



entonces

ser borracho no te hace más listo

ni más atractivo

ni más divertido

ni más valiente

ni más elocuente

no te hace escritor



ser borracho sólo te hace

más borracho







III



escribir es una carrera de resistencia

una pelea

demasiado larga

como para tomársela en serio



¿quieres escribir?

le preguntas al tipo equivocado

pero

podrías empezar

por no hacerme caso

a fin de cuentas

sólo soy un ebrio endemoniado

que en ocasiones

en busca de un buen trago

se encuentra con un buen verso

el cual

la mayoría de las veces

lamentablemente

olvida



De “Porno para perdedores y otros sucios hábitos”.









A LETTER TO ELISE


I



¿Recuerdas el Wish, los trapos oscuros,

las botas pesadas

y el nido de cuervo en mi cabeza?

Todas las tardes

esperábamos sentados en las escaleras

a que algo grande nos sucediera

y nunca pasaba nada,

sólo la vida.



Y nunca teníamos dinero,

pero eso no nos inquietaba

pues teníamos los libros

y los discos

y las cervezas

y los antidepresivos

que encontramos en el abrigo favorito de tu madre

una de esas tardes en que jugábamos a ser

estrellas de rock.



(Tú eras Nina Hagen,

yo desde luego, Robert James Smith)



Nunca teníamos dinero,

pero teníamos calles

y conversaciones interminables.

Teníamos tiempo

y una maliciosa inconstancia

para eso de las clases y los horarios.

Teníamos un estéreo nuevo

y todos los discos de The Cure.



Nunca teníamos dinero,

pero de alguna forma siempre te las arreglabas

para conseguir tequila y naranjada

que solíamos beber en los puentes,

mientras abajo el tráfico

nos hablaba de un mundo

profundamente fastidioso

y despreciable.






II



Íbamos a conciertos

(que en esos tiempos eran pocos)

con el dinero que le estafábamos

a nuestros amigos.

Así, vimos a Depeche

con los fondos obtenidos

por una guitarra que vendimos tres veces,

y que ni teníamos,

y a Tears for fears

con lo adquirido de botear

(según nosotros)

en respaldo al CEU.



-Apoya la huelga compañero,

estamos luchando por tus derechos-

les decíamos ceremoniosamente.



En esa ocasión nos alcanzó hasta para las cervezas.







III



Estoy (casi) seguro de que recuerdas el Wish,

lo robamos de una tienda de discos

que estaba en el Centro.

Corrimos como si en eso se nos fuera la vida

y cuando nos sentimos a salvo

no paramos de reír.

Lo dejamos sobre la mesita

y lo contemplamos durante una hora

antes de siquiera abrirlo.



Sonó el primer acorde de Smith,

y luego un clásico fraseo

en el bajo de Simon Gallup

y todos nuestros demonios

se desataron.



Afirmábamos que The Cure

nos hablaba a nosotros

¿recuerdas?

Lloramos inconsolablemente con Apart

(aún me sigue sucediendo),

después bailamos hasta rompernos,

sin darle importancia a cosas como los pies.



Y simplemente sucedió. No pudimos evitarlo.

Lo arruinamos todo con saliva y sudor y jadeos.

Se acabaron las sonrisas,

las estafas,

hasta las conversaciones largas

y las tardes sentados en las escaleras de la escuela.



A cambio vinieron horas y días enteros

de sexo enardecido,

de cicatrices,

de celos.



Pronto ya no quedó nada de nosotros,

sólo la promesa de asistir juntos

a un concierto de The Cure

(siempre The Cure),

aunque esto significara

atravesar el mismo infierno.



No volví a saber nada más de ti.







IV



Te vi en el concierto,

ibas con un oficinista.

Yo iba con el mejor de mis amigos.

Ya no eras Nina Hagen

y hace mucho que el cuervo en mi cabeza

emprendió el vuelo.

Al verme me saludaste con ese gesto de

“sabía que estaríamos aquí”.

Te perdiste entre la gente.



Cuando la banda hizo sonar

los primeros compases de Open

comencé a bailar,

seguramente tú hiciste lo mismo.

Es algo que no podemos evitar.



Mi amigo bailaba y lloraba emocionado.

(Ahora estoy seguro de que recuerdas el Wish.)



Nunca supimos a dónde fue

todo lo que alguna vez deseamos.



(A veces extraño al tipo que era

cuando estábamos juntos.)



De “El monstruo de arriba de la cama”.









TARDE OTRA VEZ



I



Toda la vida he tenido la impresión

de que me he olvidado de algo,

que me he perdido de algo,

que carezco de algo que los demás sí tienen.



Tal vez por eso ando con el humor desvencijado

y con esta maldita sensación

de estar siempre llegando tarde a todo,

principalmente al amor.



Tal vez por eso aprendí a estar solo,

a comer y beber solo.

Me acostumbré a vivir con la angustia

de las horas desperdiciadas

atorada en mi costado.



Me acostumbré al silencio.







II



Toda la vida he buscado ese algo que no tengo

en la luna pendiente del verso,

en el sueño desechado,

en el rock malogrado de mi adolescencia,

en el interior de las mujeres que me he bebido

y el corazón de las botellas que he resquebrajado,

en la orilla de la madrugada,

en las calles descarnadas bajo las luces de la Gran Ciudad.



No encuentro nada,

sólo mis restos

tropezando

con lo que alguna vez fueron

altas expectativas.



Abatido

arrastro mis astillados huesos

por senderos divididos.

Tomo constantemente el camino equivocado

pero hace mucho que ya no me importa.

Es más fuerte mi necesidad de abismos,

mi obsesión por las sombras

y el vértigo de la caída expuesta.







III



Retorno

a mi soledad obstinada.



Es tarde otra vez.



El silencio sólo es la balsa a la que me aferro

después del naufragio.



De “Muro de silencio”.









ESPEJOS



I



No me gustan los espejos,

el último que tuve se lo llevó una mujer

junto con todas sus promesas

y todos los químicos que utilizaba

para detener el tiempo,

para enredarse con el reflejo

de lo que nunca fue.



No me gustan los espejos,

especialmente los de las cantinas.

Un momento estás haciendo recuento

de las distintas botellas que te has bebido

y de pronto apareces del otro lado

cada vez más viejo,

destrozado.



Te preguntas cómo has podido llegar hasta ahí,

cómo has conseguido sobrevivir

siempre defraudando,

huyendo,

engañando,

robando a quien se deje

esa vitalidad que sólo obtienes

después de la sagrada ceremonia del alcohol.



Te preguntas qué es lo que Ella ve en ti

si no eres más que un bulto de dolencias,

huesos rotos,

úlceras,

sistema nervioso destrozado,

encías sangrantes,

arterias congestionadas,

corazón a medio andar

pero furioso,

necio.




Israel Miranda
Fotografía de Juan Sánchez Amóros



No hay comentarios:

Publicar un comentario